Desperté como en un sueño –en conciencia de mi país, de mi gente, de nuestros problemas- alli me resultaba imperioso encontrar una manera de decir lo obvio, lo que todos sabemos o sea aquello que nuestra inteligencia emocional, más allá de los pretextos del ego, sabe que es la pura verdad, lo tan cierto como indecible. Para ello solo se me ocurrió una idea que, como en los sueños, suele sonarnos a gran descubrimiento. Imaginaba un dibujo o una pintura o una caricatura o una obra de arte que pudiera representar lo que yo quería decir a mi gente, a mi país.. De ahí surgió la estrategia utópica, creo, de encontrar un artista capaz de producir/crear una imagen muy especial que al exhibirla lograse mostrar con elocuencia los argumentos que nos den cuenta de nuestros recurrentes callejones sin salida.
En mis sueños busqué y encontré a ese artista ideal capaz de resolver mi encargue, lo contacté y así –en mis sueños- se lo expliqué.
Había que dibujar una olla muy grande, muy transparente en donde pudiera verse introducir a todo el territorio argentino con sus mares y sus ríos, con sus ciudades y sus pueblos, con sus campos y sus edificios. Llenarlo con agua y por dentro sumergir a nuestra querida argentina. Disponer, bajo ese recipiente, una gran hornalla con gas natural. Por fuera, al lado de la hornalla lista a ser encendida para calentar lentamente el recipiente, un político gobernante representante de cualquiera de los ambos lados de la grieta consiguiendo un fósforo, junto a él otro político, en este caso representante del otro lado de la grieta abriendo el grifo para el paso del gas.
Habiendo entre ambos procedido a encender la hornalla, un calor suave comenzaría a acariciar con agradable temperatura al contenido del recipiente templando lentamente nuestro amado y aclamado territorio, en él nuestras riquezas.
Este espectáculo debía estar viéndose desde afuera gracias a la transparencia del recipiente y desde ya, respondiendo a nuestro estilo fanático argentino, siendo aplaudido por multitudes mirando mientras cada gobernante en sus convicciones más íntimas entendía que con ello no solo estaban templando el agua, sino que además, picarezcamente y no sin malicia, hirviendo lentamente a sus oponentes, a quienes entendían haberlos dejado dentro de la olla.
Por otra parte quienes se encontraban allí afuera en complicidad, viendo el espectáculo neronezco/dantesco, aplaudían, ovacionaban y festejaban.
A medida que la hornalla iba subiendo la temperatura, todos allí afuera iban despertando del sueño en el que sin saberlo ellos mismos se encontraban.
Tanto quienes aplaudían viéndose a si mismos en la tribuna aplaudiendo como así también cada gobernante de cada bando enemigo, se fueron dando cuenta que dentro del mapa, dentro del territorio y dentro del recipiente ya muy pero caliente, a punto de comenzar a hervir estaban todos y muy juntos, como hermanos. Nadie había quedado afuera.
Despertando vieron que todos estaban dentro de la misma olla, también dentro del mismo territorio, la gente, los pobres y los ricos, también las víctimas de la política y sus victimarios... No había tribunas, no había grietas, no había bandos, no había ciudadanos esclavos pagando impuestos ni políticos queriendo llegar a un cargo para decretarse a sí mismos sus propios enriquecimientos. Pero ya era tarde.
Editorial (por Adrián Streit)
Desperté como en un sueño –en conciencia de mi país y de nuestros problemas- en donde me resultaba imperioso encontrar una manera de decir lo obvio, lo que todos sabemos o sea aquello que nuestra inteligencia emocional, más allá de los pretextos del ego, sabe que es la pura verdad, lo cierto, lo tan cierto como indecible. Para ello solo se me ocurrió imaginar un dibujo o una pintura o una caricatura o una obra de arte que pudiera representarlo. De ahí surgió la idea utópica, creo, de encontrar un artista capaz de producir/crear una imagen muy especial, que al exhibirla lograse mostrar con elocuencia los argumentos que nos muestren nuestros recurrentes callejones sin salida.
En mis sueños encontré a ese artista ideal capaz de resolver mi encargue, lo contacté y así –en mis sueños- se lo expliqué.
Había que dibujar una olla muy grande y transparente en donde pueda introducirse a todo el territorio argentino con sus mares y sus ríos, con sus ciudades y sus edificios, con sus campos y sus montañas. Llenar con agua esa olla gigante y por dentro sumergir a nuestra querida argentina. Disponer, bajo el recipiente, una gran hornalla con gas interminable. Por fuera al lado de la hornalla lista a ser encendida para calentar lentamente el recipiente, un político gobernante representante de cualquiera de los ambos lados de la grieta consiguiendo un fósforo junto a otro político también, en este caso, representante del otro lado de la grieta abriendo el grifo para el paso del gas.
Habiendo entre ambos procedido a encender la hornalla, un calor suave comenzaría a acariciar con agradable temperatura, templando lentamente nuestro amado y aclamado territorio y en él nuestras riquezas. Este espectáculo debía estar viéndose desde afuera gracias a la transparencia del recipiente y desde ya, respondiendo a nuestro estilo fanático argentino, aplaudido por multitudes mirando mientras cada gobernante en sus convicciones más íntimas entendía que con ello no solo estaban templando el agua, sino que además hirviendo lentamente a sus oponentes, a quienes entendían habían dejado dentro junto a nuestro mapa. Por otra parte quienes se encontraban allí afuera viendo el espectáculo neronezco-dantesco aplaudían, también así lo entendían, ovacionaban y festejaban.
A medida que la hornalla iba subiendo su temperatura todos allí afuera iban despertando del sueño en el que sin saberlo ellos mismos se encontraban. Tanto quienes aplaudían viéndose a si mismos en la tribuna aplaudiendo como así cada gobernante de cada bando enemigo se dieron cuenta que dentro del mapa, dentro del territorio ya muy caliente a punto de comenzar a hervir estaban todos dentro y juntos. Todos dentro de la misma olla, también el territorio, también la gente, también los pobres y los ricos, también las víctimas de la política y sus victimarios No había tribunas, no había grietas, no había bandos, no había ciudadanos esclavos pagando impuestos ni políticos queriendo llegar a un cargo para decretarse a sí mismos sus propios enriquecimientos. Pero ya era tarde.